Rosácea: ¿se puede tratar siempre?
La rosácea suele comenzar como un enrojecimiento en las mejillas, la nariz, el mentón y la frente. Generalmente, aparece y desaparece por ciclos o brotes, y sus síntomas pueden exacerbarse entonces. En muchas personas, causa angustia y provoca una baja autoestima.
La rosácea es una enfermedad inflamatoria de la piel que afecta a los vasos sanguíneos. Se caracteriza, principalmente, por la presencia de un enrojecimiento en la parte central del rostro: en las mejillas, la nariz, el mentón y la frente. Esta patología también puede causar protuberancias rojas que son muy similares al acné.
Sin embargo, los síntomas de la rosácea pueden variar. Algunas personas solo presentarán algunos de ellos y variarán según el paciente. Los signos más habituales de la rosácea son:
Es frecuente que la rosácea se confunda con otras enfermedades cutáneas, como el acné o la dermatitis atópica, con las que comparte alguno de estos signos.
Esta enfermedad de la piel suele afectar más frecuentemente a mujeres (afecta tres veces más a las mujeres que a los hombres) y es más común entre las personas con piel clara. Además, la rosácea suele empeorar durante la gestación, porque en esos meses la vasodilatación de la circulación es más habitual.
En realidad, se trata de una enfermedad crónica bastante frecuente. Se estima que aproximadamente un 10% de la población entre 20 y 50 años puede padecer rosácea más o menos acentuada.
Una vez que aparece, la rosácea es crónica. Eso sí, con períodos de remisión –espontánea o gracias a los tratamientos– y períodos de exacerbación. Esos brotes pueden ser también espontáneos o bien ser la respuesta a algunos de los factores de riesgo o desencadenantes.
Esta enfermedad no es grave ni pone en peligro la salud de la persona, pero sí puede afectar a las relaciones sociales o la autoestima, en la mayoría de casos. En este sentido, es importante que la sociedad deje de estigmatizar a esos pacientes y reconozca que la rosácea es una enfermedad cutánea involuntaria, como otras patologías como la psoriasis, los eccemas o el acné.
Realmente, sus causas son todavía desconocidas, pero sí existen factores desencadenantes de esta enfermedad.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que la rosácea es una enfermedad crónica de la piel. Es decir, no tiene una cura definitiva. En los últimos años se ha avanzado mucho en su posible tratamiento y, actualmente, la rosácea con un seguimiento adecuado se puede controlar satisfactoriamente, y la gran mayoría de personas afectadas podrán ver cómo su enfermedad remite. Es decir, hoy día, existen tratamientos y medicamentos que pueden aliviar sus molestias, mitigar los brotes y frenar su evolución.
Será el especialista médico el que pueda prescribir varios medicamentos con los que tratar la rosácea. Algunos de ellos ayudan a reducir, por ejemplo, el enrojecimiento de la piel, al contraer los vasos sanguíneos de la cara. Otros, por el contrario, combaten los microbios que viven en la piel.
Por otro lado, dentro del campo de la medicina estética, existen los tratamientos con láser. Son una opción muy recomendada para combatir la rosácea y mejorar la apariencia de la piel, teniendo siempre en cuenta que trabaja sobre los síntomas, no las causas.
Los tratamientos estéticos de láser de última generación, basados en luz y láser, eliminan las lesiones pigmentadas de la piel y tratan la rosácea revelando una piel con un tono uniforme y libre de imperfecciones.
La luz pulsada intensa (IPL, acrónimo del término en inglés, intense pulse light) se caracteriza por una emisión de luz no coherente, de amplio espectro. Estas características la hacen muy versátil y, por lo tanto, una buena solución a la hora de tratar la rosácea. Normalmente, se necesitarán varias sesiones para percibir los primeros resultados.
Además, todas las pieles con rosácea deberán seguir ciertas rutinas de higiene y cuidado de la piel que ayuden a prevenir posibles brotes: