
Aunque se mencionan juntos, el ácido hialurónico y los neuromoduladores cumplen funciones distintas. El primero hidrata y devuelve volumen, mientras que los neuromoduladores relajan músculos de zonas concreta.
El ácido hialurónico, también conocido como hialuronato, es un compuesto que se halla de forma natural en diversas partes de nuestro organismo, como la epidermis, los ojos (concretamente, en el humor vítreo), el tejido esquelético, las válvulas cardíacas, el pulmón, la aorta, la próstata, etc.
Se trata de un polisacárido; es decir, de una macromolécula constituida por cadenas de carbohidratos complejos. En las células, es producido por la acción de unos enzimas llamados ácido hialurónico sintetasas, que se encuentran en la superficie de la membrana celular. Sirve principalmente para hidratar en profundidad la piel, ya que retiene gran cantidad de agua y ayuda a mantenerla elástica y con aspecto saludable. Además, se utiliza en medicina estética para aportar volumen y rellenar zonas que han perdido firmeza, como labios, pómulos, surcos nasogenianos o arrugas.
Por otro lado, los neuromoduladores son una toxina purificada (por ejemplo, la toxina botulínica tipo A) que actúa de manera completamente distinta: bloquea temporalmente la contracción muscular.
Nuestro cuerpo produce ácido hialurónico con una finalidad clara: contrarrestar el efecto del envejecimiento, manteniendo los niveles de hidratación de la piel, reemplazando el volumen perdido e incrementando la producción de colágeno (la proteína esencial que actúa de andamiaje para la piel, los huesos, los tendones, los cartílagos y los vasos sanguíneos) y elastina (otra proteína fundamental para el organismo que, como su nombre indica, proporciona elasticidad a la piel).
Los neuromoduladores, en cambio, no intervienen en la hidratación ni en el volumen. Su uso se limita a relajar temporalmente los músculos responsables de ciertas arrugas dinámicas, sobre todo las del tercio superior del rostro, como el entrecejo y la frente. También se utiliza con fines clínicos, por ejemplo, para tratar el bruxismo o la sudoración excesiva.
Ácido hialurónico:
Neuromodulador:
Aproximadamente, un tercio del ácido hialurónico natural se regenera cada día, pero, inevitablemente, con el paso del tiempo, va disminuyendo su producción. De hecho, se estima que, al llegar a los cincuenta años, la cantidad disponible en nuestro cuerpo se reduce más o menos a la mitad. Es entonces cuando empiezan a hacerse visibles las arrugas, la flacidez de la piel y otros signos del envejecimiento.
La buena noticia es que la medicina estética puede ayudarnos a incrementar nuestros niveles de ácido hialurónico. Mediante unas sencillas infiltraciones, es posible realizar correcciones eficaces y visibles de las señales de la edad que acabamos de mencionar, aplicando el compuesto con precisión, únicamente en las zonas que se desea tratar.
La aplicación del ácido hialurónico para el rejuvenecimiento facial no solo permite suavizar la apariencia del rostro, sino que también estimula y activa los fibroblastos (el tipo de células que contribuyen a la formación del tejido conectivo, y que se encargan de segregar colágeno).
La duración media del tratamiento depende de varios factores, como el tipo de piel, los efectos del paso del tiempo que se quieran tratar y la intensidad de los mismos.
Por supuesto, lo esencial para responder a esta pregunta es ponerse en manos de profesionales acreditados como los de Clínica Atlántida, que se encargarán de estudiar detalladamente el rostro del paciente para determinar el tratamiento que hay que realizar y la técnica más adecuada para su caso.
El ácido hialurónico y los neuromoduladores también pueden combinarse en un plan global de rejuvenecimiento facial, ya que actúan sobre mecanismos distintos y se complementan perfectamente para obtener resultados naturales y armónicos.